
Marina embrumada en las pupilas,
de sal y silencio las alas de las gaviotas cuando llora el viento
para encender los recuerdos en tonos de luna de metal cansada,
y murmullo de noche de gardenias entre besos sabor a rioja.
No alcanza el sol a entibiar el suspiro de las flores
ni el cándido silencio del mediterráneo…
pero permanece el sollozo del levante
entre las voces que ya no pueden pronunciar los pájaros.
Arpegios encadenados, llueven:
acaso esté hablando el amanecer aún oculto,
o la conformidad de la hojas que iluminan los ojos
de otoños ineludibles./
Siempre habrá alguien partiendo, a coro, las lágrimas de algún saxo…
Issa M. Martínez Llongueras
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