jueves, julio 12, 2007

Adios a una hermana

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Liliana Varela

Tu cuerpo desnudo, sin alma ni esencia
está solitario en cárcel desierta;
tus ágiles manos que todo lo hacían,
están enraizadas bajo loza fría.

Tus vivaces ojos que todo veían
sellaron la entrada a la luz del día;
tus labios abiertos a sonrisa franca
son solo una linea que la faz demarca.

Estás tan aislada que el alma me duele,
al verte tan quieta, tan triste, tan calma;
confinada a un mundo de oscuros matices
relegada a todo, realidad amarga.

Tú que dabas todo a cambio de nada,
sin pensar siquiera si algo precisabas;
Tú que en tu inocencia creías en todo
y sólo perseguias el amor en otros.

No lograste obtener ese don preciado
de saberte inmersa en cariño anhelado;
manteniendo la antorcha del deseo encendida
invocaste en vano el sentirte querida.

En tu rostro antes vivo, hoy veo vacío,
sé que te has ido sin estar preparada;
en tu faz está ausente la paz merecida,
tus manos desbordan de misera nada.

No pude, no quise, saltar el vallado
que el injusto deber imprimió a mis actos;
No debí permitir que el oceáno rojo
detuviera mi marcha y flanqueara mis pasos.

Se ahoga en mi pecho un grito de rabia;
queriendo haber sido lo fuerte que eras;
queriendo saberte ahora tranquila
alejada del daño que la carne conlleva.

He descubierto que la unión entre hermanos
no la dicta la sangre, sino el sentimiento;
que se elige a quien amar y no se le obliga,
ni se debe esperar ese amor en silencio.

Debo esperar, y ese es mi castigo;
el momento del reencuentro ha de ser el debido.
No seré la misma: he perdido a mi hermana,
No nos unió la sangre: nos unió el alma.

Liliana

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