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sábado, julio 14, 2007
Nace el verso
Salvador Pliego
Era la lápida blanca:
rosa negra y fenecida, aquel augurio de combate,
la espada en la carne protegida.
Era también abrir el libro:
sus páginas de polvo, su gruesa pasta de sables y colmillos.
Cómo y cuándo…
La vela, el capitán perdido, los naufragios de viento y extravío,
la desértica mirada.
Y el hombre:
como una ráfaga de cíclopes vestidos,
como un relámpago de águilas sin nido.
¡Oh amor, amor!
De torre en torre y faro en faro qué mar has convertido.
¡Qué estrella devoraste!
Y un grito boca arriba que nunca contemplaste.
Contadme: si fue el mar cuando fui en él a recostarme
o fue en la arena que el cuerpo entregaste.
Y el dolor cayó como sentina.
¡Oh viejo puente, viejo naufrago del mar dolido!
¡Oh las algas de los pies curtidos!
¡Oh las velas sin viento y en el mar hundidas!
Aquí grité, grité despavorido.
Y el mar se vino…
Cómo y cuándo… El mar se vino.
Nadie sucumbió. Decidme: ¡Nadie sucumbió!
Y los pájaros. Y los pájaros y nidos.
Despertadme, poetas. Llevadme a los bramidos.
Sentadme en la acuarela del matiz y del sonido.
Dibujadme el pétalo rojo del latido.
Adjudicadme el ave como ala y respiro.
Entregadme al tiempo, al espacio, a su destino.
Hacedme agua, jaguar y vino.
Degustadme y tocadme como amigo.
Venid poetas.
Aquí grité,
aquí grité despavorido:
¡Amor, amor… de un verso el mar describo!
Salvador Pliego
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