En la caverna de un puerto
lejano y solitario me adormecí;
construyendo sueños
largamente acariciados.
Invadido de nostalgia
me llené de fantásticas
esperanzas : de alas
que me llevaron
tiernamente
a besar la tierra en que nací.
A visitar mi casa, sí,
mi vieja casa,
y la encontré viva :
aún estaban
impregnados
en sus paredes
los sueños
de mi infancia.
Me abracé al regazo
de mis padres ;
acaricié sus rostros
cincelados por el tiempo ;
me miré en sus ojos suaves.
Besé con un adios;
y al ver sus parpados caídos
me hice amante
del silencio.
Y beberé la última
copa de vino
que dejé olvidada
en la mesa familiar
de aquel pasado
no pasado.
Manuel Ramos Martínez
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