Llueve.
Los granos sugieren palabras que no existen.
Sostenido el goteo, sobre tanta prudencia,
no llega a ser grito.
Y duele y no surge.
Resbala por el continente óseo
que sostiene la carne, a veces insensible.
Llueve.
Derrama la partitura de lamentos.
Reconstituye la piel ante el espejo.
La guitarra suple el pesar.
La voz, el llanto.
Y mientras llueve, ella simula algarabía.
Elisabet Cincotta
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