Escucha,
¿De dónde vienes?
¿Cuál es tu misterio?
¿En qué lugar desierto se forjaron
los ritmos frenéticos
que yo siento latir en mis huesos?
Las palabras estallan
como truenos profundos
en lo más hondo del corazón,
ruedan perdidas por el espacio
hasta romper la luz
y descender
por las escaleras del tiempo
para llenar de vértigo
el vacío seco y hueco
de esta soledad de piedra
que me late dentro.
Yo no sé nada de la vida,
ni el secreto que ocultan
las burbujas amarillas del sol,
ni los sueños infinitos que contiene
la chispa más pequeña de una estrella.
Yo no sé nada de la muerte,
ni del negro agujero de la nada
por donde se vierte
el acero fundido del abismo
y te muerde la fatalidad de la serpiente.
Yo no sé por qué ni para qué
me trajeron las aguas y los vientos
a chupar este amargo caramelo
al que no consigo quitar el papel.
Escucha,
¿No oyes la pregunta?
¿Adónde vamos?
¿Qué hay más allá del último horizonte?
¿Qué trenes circulan por el universo
y hacen de la muerte la única estación?
¿De qué están hechos los raíles de la eternidad?
Pasa la vida y no regresa,
se vuelven amarillas
las hojas del calendario,
se caen
y vuelan a la deriva
en el impulso mágico del aire,
en la cola estremecida de un cometa,
en las luces desbocadas del otoño,
buscando el destino incierto
que destila el futuro,
ese viejo fantasma
que huye
y, a cada paso, se hace humo.
Escucha,
hoy suena una música
de ventanas rotas,
de balcones sin barandilla,
de horizontes ciegos,
y, también, de soledad sin fondo.
Se filtra por los huecos del alma
como si fuera humedad de musgo
adentrándose en la piedra.
Sube en espiral, remonta el vuelo
y se hace nube:
es la canoa blanca del infinito
donde navegan todas mis penas.
Escucha,
hoy tengo hambre de ternura,
de bancos encendidos en el parque
y manos que estallan sobre la piel,
de pechos firmes y redondos
galopando en círculo
la latitud exacta de mis dedos;
hoy tengo sed de trepar
por las colinas blancas
de unos muslos que saben
a delirio y caverna,
de hundirme
en la palpitante raíz de sus corales.
El mar lleno de sueños azules
apoya su larga frente en la arena,
derrumba sus viejos castillos de sal
en la espuma de las olas,
es una olla que hierve como el aceite
y evapora todas las distancias.
El aire sabe
a lágrimas heridas de campanas viejas,
a cristal salpicado de tinieblas,
a húmedo rocío de silencios,
y, también, a cóctel de marfiles negros.
Escucha,
¿Dónde está el centro de la nada?
¿En qué escollo naufragará mi vida?
¿En qué cenizas morirá mi fuego?
¿A qué distancia está el cielo?
¿Por qué las mariposas
no vuelan en invierno?
Manantial de preguntas que se desboca
y que siempre se quedan sin respuesta.
Septiembre 2001©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
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