Tiemblan en sus amarras las impasibles naves
y la arena recuerda la sangre de los siglos
y los ojos dolientes del viejo cananeo
de Arwad, Sidón y Tiro, los frutos de la tierra
nacidos de esas manos laboriosas
arrasadas de luto, cansadas de enlutarse,
mamelucos, seléucidas, romanos
y los fieles, infieles y cruzados
amotinando muerte cuando quiere la vida
ser el sol que promete las vides y los higos
y el pan sobre la mesa compartido.
Pero no. El impiadoso puño ruge y mata
el sueño de los muros blanquecinos,
la vida esperanzada que asoma en las ventanas,
el azul delicado, plegaria en las orillas
y una ola tras otra claman por la ventura
de días sin estruendo, de voces amigables
porque el Tiempo que es grande necesita el descanso,
la luz, la luz inmensa de la paz entre hermanos.
Long Ohni
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