Deambular por la última calle del poniente,
el sol rasante apenas, vestigios, casi sombra
de la sombra de robles de nuevo deshojados;
andar camino abajo con tantas soledades,
una niebla de ausencias que oculta el horizonte
tras la cresta de zarzas, de espinos y de abrojos.
Es la memoria, cree, una especie de muerte,
la salmodia del tiempo, de las horas deshechas
a la oración rendidas con su carga de lutos.
Expuesto a la intemperie, casi ajado, mi sueño,
soldado voluntario de lo tanto perdido,
se pierde en laberintos de supuestas salidas,
tan terco y tan callado como agosto en agosto
y se sueña consigo para no caer muerto.
Long Ohni
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