No intentes escapar de mi mirada.
No te inquietes, ni escondas ni te ausentes.
No indagues ni rehuyas. ¿Pues no sientes
que ajeno a ti no puedo ver ya nada?
Al verse así mi voluntad atada,
las lágrimas derrama como fuentes
cordales, de deshielos impacientes.
En mí, caudal; en ti, agua remansada.
¿Qué tienes? Me preguntas. Y yo callo.
No dice la palabra más ardiente
el fuego que pupilas expresaron.
Sintiendo la pasión, tal como un rayo,
los ojos cierro al fin, hundo la frente,
temiendo si al mirarte te quemaron.
Blanca Barojiana
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