Se me cayó el corazón
como una fruta madura:
pesó tanto la espesura
de su desesperación
que, sin dar una razón
de su impensada premura,
abandonó el alma oscura.
Ya no tengo corazón.
Ya no tengo corazón:
no padezco la locura
de latir mi desventura
al compás de mi pasión.
Pero no hay compensación
para el alma, que no cura
de la insólita amargura
de su otoñal desazón:
en la pálida extensión
de su desierta llanura,
va buscando, porque jura
haber visto un corazón.
Cristina Longinoti
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