En lo que se llama la Rueda de la Vida,
¡cómo ruedo yo, cómo me quedo con este dolor
y lamo de esta vejez que sabe a sufrimiento!
Es que me han gustado estos huesos
y este cuerpo de penas, este nido
con ave huérfana y muda, al parecer.
O inaudible.
Por esto un deseo que no se cansa
de rodar como émbolo, por eso el pecho
que muele piedras y trepida
al contacto del sentidos y sus objetos.
... pero, aquí y acullá, está el fantasma
que me mira; el cuerpo sin la mente
no existe, aunque el ave no parezca lejana,
aún siendo indócil para el gozo profano,
sin nidaje; en la rodada nunca la procuro,
me quedo con este fango sangriendo
y el alma atestiguante que no alcanzo.
Es un ave, muda, inaudible,
un fantasma inapresable que me llama.
Carlos Lopez Dzur
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