La tristeza se ancla en la inmensidad gris.
Y se expande desde mí al mundo.
Ayer intenté retenerte en mis manos.
Solo retraje las caricias inconclusas.
Mi amor es demasiado para compartir.
Pero albergarlo dentro mí, es asfixiante.
Sé que te atemorizo, sé que te asustas.
La noche se extiende desde el cielo hasta mí.
Y marca el ayer como tiempo inexistente.
El mañana traerá de nuevo tus besos, tu presencia.
Pero nunca te traerá completo a mí.
Es extraño ver caer la noche en mis labios.
Es extraño poder amar tanto.
Y sin embargo resignarse de la promesa feliz.
La distancia no tiene medida, solo oscuridad.
Y viento.
Tú no sabes reclamarme,
ni retenerme,
no sabes pertenecerme.
Tú no quieres mi sangre, ni mi linaje.
Ni la secuencia de cuerpos y de vida,
comprendidos en mi cuerpo de mujer.
Sé que nuestro desencuentro
va más allá del tiempo.
Del espacio.
Desencuentro en la noche.
Que albergas en tu mente, en tu corazón.
Esa frialdad emblemática de hombre.
Esa penumbra constante en los nombres.
Esa rigidez de alma exclusivamente masculina.
La noche se agranda.
Se enaltece.
Se eterniza.
Arponeando.
Mi pecho.
De mujer vacía.
Me dejo caer ante la derrota de mi sueño.
Me dejo vencer por la herida.
Aunque alce mis brazos al cielo.
No abrazo más que el frío.
Y permito que avance ella.
La noche que permanece.
La noche que se expande.
Y se purifica.
La noche que me hiere en la constancia.
Mientras tú existes.
Amparo Carranza Vélez.
30 de Diciembre de 2006.
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