Así llega un hombre
con sus palabras de piel
y ojos, con el susurro
de sus manos desviste
el horizonte y se acurruca
en mi regazo de virgen lúbrica.
Nos amanece el día
en la mirada, y entre los pliegues
del alma en flor, deshojamos
el lamento de la noche
para nacernos en el gemido
de las sombras sacrificadas.
Creamos la urbe
que no existe, con todo el silencio roto
que arborece en nuestra sangre,
y calcinamos nuestros nombres,
incineramos identidades, y nacemos,
impúberemente desnudos,
en la retahíla de los besos
cuyo destino es cualquier sitio
de nuestra carne descubierta.
(El rumor del Arauca hace coro
al cielo de la Sierra Morena …)
Issa M. Martínez Llongueras
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