La nada está en el ocaso
de antes del principio,
en lo no sucedido.
Tengo mi mano cerrada
y dentro hay un árbol;
todavía no tiene:
ni tronco
ni raíces
ni hojas,
porque es una semilla.
Tengo el futuro en un puño
para decidir su destino,
sustancia contenida
que espera recorrer algún día
capilares de un laberinto.
Soy Dios de la futura vida.
Soy tiempo de mi propia decisión.
Soy espacio del lugar que busco,
y la semilla sigue
aferrada en mi mano.
El sudor la empapa
y comienza a germinar.
Un brote verde aparece entre mis dedos
buscando el aire que respiro.
Las raíces se incrustan en la carne
y entran por mis venas;
soy el alimento, la ansiada sustancia,
que necesita la nueva vida.
Mi cuerpo se transforma en la Tierra,
un Planeta entero,
y el árbol crece en el espacio
con sus ramas hacia el infinito.
Ahora sus hojas son las estrellas
y también los planetas;
sus ramas la guía
y el tronco la base
de todo el Universo.
Y ese árbol redimido
dentro de una semilla,
es el mismo Dios que está presente,
flotando como un aura invisible,
en toda la Naturaleza.
Derechos Reservados - Copyright © Pablo Paniagua
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